Invierno es una estación en la que normalmente nos sentimos más perezosos. Era primera hora de la tarde de un viernes, y Barcelona – y más con estas temperaturas- no incitaba en exceso a salir a ver un concierto, y menos con lo bien que se está en casa disfrutando de una buena siesta.
Con una indolente sensación me acerqué al Born el pasado viernes a ver uno de los certámenes de música improvisada que más atractivos me han parecido en este principio de año: los ciclos de Blues que ofrece el Museu Europeu d’Art Modern (MEAM). Blues de calidad combinado con pintura y escultura figurativa, dos corrientes artísticas que huyen de la abstracción y que muestran de una forma clara, concisa y muy sincera el mensaje que quieren transmitir.
A ritmo de Blues, Swing y Boogie Woogie, el trío encabezado por el piano de August Tharrats se disponía a hacer vibrar los óleos, que tan bucólicamente colgaban en la sala principal del museo. Que grata sensación la de poder degustar una cerveza fría a las seis de la tarde rodeado de retratos de mujeres en paños menores y escuchando el sonido de un viejo piano. La escena casi evocaba un burdel del Lejano Oeste, de esos que tanto frecuentaba el entrañable John Wayne.
Y detrás de ese envoltorio tan cautivador, los músicos en ningún momento se sintieron acomplejados. La banda sonaba añeja, como un buen whisky de 12 años, tanto, que casi podía sentir el sabor a madera de sus notas. Sin abusar del clásico sonido de Blues más primitivo y acercándose a sonidos más Swing, el trío en ningún momento dejó de ser el foco de atención de un atento público que llenaba una sala principal que, como curiosidad, en el pasado había servido de cuartel general de las tropas Napoleónicas.
Canción a canción se podía percibir como August y los suyos iban cogiendo temperatura y se dejaban llevar por improvisaciones llenas de alma. Anton Jarl, alias muñeca de acero, volvió a demostrar sus amplios recursos como percusionista. Su musicalidad, siempre al servicio de la banda, fue calando poco a poco hasta meterse en el bolsillo a todos y cada uno de los asistentes. Incluso se permitió el lujo de tocar un tema con aires más caribeños, que por momentos recordaba al gran Horacio El Negro. Todo un deleite musical el que ofrece el nórdico en cada una de sus innumerables formaciones.
En poco más de dos horas, descanso incluido, la banda concluyó un concierto placentero y muy embriagador, con la sensación de haber ofrecido una actividad original, sencilla y económica. Personalmente, me alegro de que haya organizaciones que utilicen la imaginación y el buen gusto para ofrecer arte al alcance de todos. Y más en los tiempos de crisis que corren, en los que todos andamos un poco cortos de imaginación, sobretodo si pensamos en los de arriba…
Texto: Alex Pérez
Fotos: Tatiana Moret