Eran casi las nueve de la noche y caía tremendo aguacero en la Gran Vía barcelonesa. Apurando los últimos minutos antes de entrar al majestuoso Teatre Coliseum, ví como delante del recinto aparcó un coche negro con los cristales tintados justo delante de toda la muchedumbre que esperaba ansiosa el espectáculo musical. Y del coche
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