Buskers, la revelación de agosto

Paseando una vez por Pedralbes descubrí, cual tesoro remoto y escondido, una iglesia de estilo florentino preciosa de la que nadie me había hablado jamás. Como si no hubiera existido antes de que yo la viera. Y es que cuando piensas que en Barcelona ya está todo visto, la ciudad va y te sorprende.

Algo parecido me paso con el BUSKERS FESTIVAL en el polo opuesto de la ciudad.  Una nueva sorpresa. La de saber que esta era la séptima edición de un festival de música en la calle que se hace cada año en la Barceloneta, y que tiene hasta 10 espacios de conciertos que se desarrollan simultáneamente durante 4 días.

Organizado por la ONG la Casa Amarilla, se ha convertido en el festival de referencia en España de música en la calle, y el referente también en España de la red de festivales BUSKERS que se celebran por toda Europa. La filosofía es clara: acercar la cultura a la calle, hacerla accesible, con una oferta de buenos músicos y sin cobrar entrada, simplemente “pasando la gorra” al final de cada actuación. Una concepción musical transformadora, horizontal, muy lejos de los festivales cada vez más elitistas (sobre todo en cuanto a precios) que inundan la ciudad.

Realmente hoy en día la opción de no cobrar entrada en un festival es una decisión bastante revolucionaria, como lo es ocupar la calle para promover música y acercarla a la gente, cambiando de alguna manera el sentido de la palabra “calle”. Aún más transformadora es la idea cuando la música que se hace es realmente buena.

Mi andadura en el festival se inició el viernes 5 de agosto, a las 19h. Empiezo con los alegres Skarallaos, marcando la pauta de lo que será el festival. Siete músicos comenzaron desgranando temas instrumentales que mezclaban ritmos ska con sabores de música popular, que en seguida me hicieron ver la tarde de otra manera: sin darte cuenta, de repente, sonreías. Ramón Muiños, guitarra y voz,  empezó a cantar acompañado por el grupo, siguiendo con la tónica alegre. En el estilo de festival, el grupo combinaba su carácter fiestero y divertido con el juego permanente con los asistentes. Salían de su sitio, entraban donde el público, interaccionaban, y todo ello sonando limpios y coordinados. En resumen, muy bien Skarallaos. Lastima que sábado y domingo no pudieran estar. No me extraña, los deben de reclamar de todas partes.

Al lado de Skarallos, saltamos a los esperados Baciamolemani. Hubieran sido cabeza de cartel si no fuera por la concepción democrática del Buskers. Desde Sicilia, hacen una música que mezcla ritmos populares: ska, reggae, rumba o ritmos tropicales, en una actuación en la que contó tanto la música como el espectáculo constante. El ritmo era frenético, la actuación enérgica y, en algunos momentos, un tanto caótica al introducir tanta intensidad y teatralidad. Quizás la perfección del sonido quedó a un lado. Coronaron el espectáculo con “La Corriera”, acompañados de los padrinos la Pegatina, con los que hicieron dúo. Pese a los momentos de exceso, los Baciamolemani triunfaron.

Vistos los italianos, viajamos a Sant Boi de Llobregat para la propuesta de RIU. El grupo catalán recupera temas populares catalanes y los readapta, dándoles su toque personal. Son seis músicos: un violín, dos guitarras, un contrabajo, un acordeón y un uilleann pipe (nombre de instrumento que he conocido gracias al dossier de prensa que nos ha facilitado la organización). Me gustó la propuesta, por ejemplo la versión de “Rossinyol”, con cambio de ritmo incluido; pero el viernes tuvieron un problema: prácticamente no se les oía, ni siquiera estando sentado en primera fila (como yo estaba), a dos metros de distancia.. Esto fue corregido el sábado y el domingo, cuando ya con equipo y altavoces, pudieron hacer disfrutar a un nutrido público. Mi opinión es que desde el folk catalán hay mucho campo que recorrer, pero también que existe el riesgo de caer en el inmovilismo. Que se decanten hacia un bando u otro dependerá de la ambición de un grupo que, como mínimo, talento tienen.

De los RIU nos pasamos a los Mala Junta Trío, y aquí puedo decir que olvidé por un rato mi carácter de cronista para pasar a un estadio de contemplación vibratoria. Se puede decir que subimos un escalón respecto a todo lo visto y oído anteriormente. Tres grandes músicos (bajo y dos guitarras) tocando a lo Django Reinhardt sin desmerecerlo. Todo temas instrumentales. Nivelazo. Guitarristas sobresalientes, yo diría virtuosos, que te envolvían. Si bien los temas eran estándares conocidos, la verdad es que la ejecución era brutal, y con un característico toque gipsy. Como digo, bajo, guitarra marcando acordes, y solos improvisados la otra, con temas como “All of me” o “Sweet Giorgia Brown” Me gustaron tanto que repetí el domingo a última hora, cuando repitieron su actuación.

De los Mala Junta me trasladé al punto 1 para ver Amarins et le Gatte Negre, o, lo que es lo mismo, a tres maravillosas mujeres: Amarins (guitarra), Fiora Beuger (acordeón y voz) y Femke Ravensbergen (violín y voz). Dieron un soberbio recital de folk, con la bonita voz de Amarins perfectamente acompañada por as otras dos voces, además de por el contrabajo y la percusión, y con espectáculo incluido (se escondieron tras el contrabajo, explicaron cuentos con dibujos, sonrieron, hicieron mímica…). A veces se parecieron a las Andrews Sisters, en especial con la versionada “Rum and Coca-cola”. La verdad es que tanto sus temas como su voz y coordinación rozaron la perfección. Y es precisamente ahí, en ese gusto por la perfección, en ese escrupuloso cuidado en la coordinación de voces y en la sincronización musical donde yo encuentro un pero, pues en mi opinión se acaba echando en falta una cierta espontaneidad musical y una mayor improvisación. Y es que, a partir de un cierto nivel de calidad, a uno le enamoran más las debilidades de los demás que no sus cualidades.

Y de ahí al sábado.

Sigo la maratón. Empecé con Oh Peta, que de entrada me hicieron reír por la combinación de músicos. El violinista, descalzo, se movía histriónico, mientras el bajo, Michele “Pacca”, se mostraba serio y no movía ni una ceja. Rafa, el acordeonista llamado “majete”, seguía más la línea del violinista. Marion, al cajón, equilibraba el grupo, y el cantante y guitarra, Oscar, lideraba aportando simpatía natural. Iniciaron con “Guantanamera”, y arrancaron los primeros aplausos. La fusión de músicos de distintas nacionalidades, fusiona también estilos distintos, como es habitual en el festival. Podían tocar cumbias, o reggeas, o cualquier música popular. El crack de Oscar se marcó un rap al acabar “Guantanamera”, pidiendo a la gente que se acercara, con poco resultado. En todo caso, la simpatía del grupo se concretó en una fantástica cumbia que versionaba a Dusminguet y que nos hizo disfrutar a todos.

Fui por el paseo un poco más abajo y escuché a Cirkusz-ka, originarios de Budapest, con una música tranquila cantada por la voz suave de Anna Szlávics, acompañada excelentemente por la guitarra de Tomás Rock y el gadluka de István Simon. Músicos realmente destacables para melodías nostálgicas, con bases de bossa nova, momentos de jazz y otros estilos mezclados de forma agradable. Un grupo mucho mejor que la suave acogida que tuvieron el sábado a las 19 h. (con poca gente) y que más tarde mejoró ostensiblemente.

Cambié de dirección y busqué a Cobario, trío de músicos con dos guitarras y un violinista, originarios de Austria, que cambiando estratégicamente su disposición respecto a los Oh Peta, se pusieron a tocar de espaldas al mar, con lo que la percepción de su música, siempre instrumental, con una guitarra acordeando, otra punteando y un violín dando suaves melodías, y con la visión permanente de las olas al atardecer, crearon definitivamente una atmósfera onírica, trasladándonos hacia un estadio de calma no buscada. Destacar además que Cobario presenta temas propios, con lo que aumenta el mérito de su originalísima música. Así, acumularon gente y aplausos.

Me pasé  por Fran Baraja y su banda, con sus temas rockeros y blueseros, que comunicaban más por el carácter canalla y simpático de los canarios que por los propios temas en sí, para ir hacia  las barras centrales, en los puntos 5 y 6, para escuchar un rato a los Funkallisto. Como resulta evidente visto el nombre, llegué y me encontré con un funk clásico e indiscutible. Liderados por el magnífico saxofon Danilo Desideri, sonaban impecablemente bien. Hombre, no hay nada nuevo bajo el sol, que se dice, pero el objetivo se cumplía: divertir y hacer bailar, tocando sin fisuras.

Los Street Pickers, con la maravillosa voz del valenciano Jesús López, tocaban temas tradicionales de música americana con total y absoluta corrección. Como digo, la voz de Jesús lo envuelve todo, haciendo bueno un grupo que, por otro lado, se limita a presentar temas para entretener y divertir al público. Destacar la traca final con un “Just a Gigoló” celebrado por los asistentes.

De ahí volví al centro del barrio a ver a Duo Muntaner, dos primos de las baleares, uno con la guitarra, el otro con el ukelele, que en base a ritmos de rumba o folk, pero siempre con un toque personal, gustaron con un concierto en el que el guitarrista Joan Muntaner rascaba la guitarra frenéticamente y su primo Miquel punteaba el ukelele con una técnica asombrosa. Buenos y originales. Temas instrumentales bastante inclasificables, destacando la especial “Rainy mood”, que tocaron hacia el final del concierto. El dúo, una de las sorpresas.

Para acabar el sábado me fui a ver a los liantes Pullup Orchestra. Diez músicos fijando unas bases de banda mayoritariamente de vientos, combinadas con fuerte presencia de percusión, en plan marcha popular callejera. Todo ello con una bomba, el cantante de rap “Shamwhaa!”, que multiplicó por mil la sensación de ritmo y de subidones frecuentes de los temas del grupo. También la cantante Valerie aportaba sus temas, cambiando al registro rapero, pero manteniendo una tensión rítmico-festiva imparable. La actuación provocó la invasión del público del espacio habilitado, de forma que este cronista se vio engullido por la muchedumbre entusiasta.

Y así llegamos al domingo. Para que no sea todo tan bonito, empezaremos el día con una crítica. El festival está muy bien. El ambiente festivo es de verdad fantástico. Y la propuesta musical es buena. Pero a veces uno tiene la sensación de que los tipos de música se repiten. Músicas populares, fiesteras, de base rítmica, que juegan muchas veces con estilos similares.

Esto no ocurrió el domingo cuando vimos a los brutales Wild Marmalade. Su propuesta, única. Ellos le llaman dance australiano. Yo diría que sería dance orgánico sin aditivos. Dos músicos, un batería y otro tocando una especie de trompeta-tubo larguísima llamada didgeridoo (también lo he buscado). La batería marcaba el ritmo dance, y la “súper trompeta” creaba sonidos graves, sonando como música electrónica de última generación. Innovador, moderno y tranceante. Quizás tiene tanto de experimento como de banda musical, pero sonaba brutal. De repente, pensé en Pantha du Prince, en Ibiza y en otros grupos de electrónica, pero en este caso todo sin máquinas. Quizás por ahí debería ir el festival, por la innovación.

Antes de los australianos, vimos a los Made In Barcelona. Y me sabe mal repetirme, pero me encantaron. No hacen nada nuevo tampoco, pero sus temas de Son cubano me dejaron boquiabierto. Todos tocan, todos cantan, todos bailan. Música conocida, eso sí, pero podrían estar en La Habana o Cartagena de Indias con total tranquilidad, confundiéndose con los de ahí de siempre. El contrabajo, espectacular.

Veo un tanto de pasada (es imposible todo) a el Tumbao de Juana, observando a un hombre divertido, con una camisa espectacular, cantando ritmos latinos con energía y no demasiada gente. La verdad es que no me pude quedar más que un tema, que me sonó un tanto frío. Es culpa mía por querer estar en todos los sitios.

Me pasé por el punto de la barra principal (siempre hay que pasar por la barra principal en algún momento) y vi de un tiro a Brincadeira y S.A.M. Brincadeira es un grupo de batucada, ideal para aglomerar gente y hacerla saltar con sus coreografías a ritmo de percusión.

Los S.A.M, cuya idea de música tradicional y clásica italiana se presentaba con un gusto entrañable, quedaron un poco deslucidos, puesto que la voz del cantante, al menos en la actuación que yo presencié, quedaba totalmente ahogada por los demás instrumentos. Si le añadimos que los Brincadeira se llevaron todo el público, la actuación no fue del todo exitosa.

A ritmo del festival mis piernas me llevaron a los Dinatatak, de los que apenas pude ver dos temas que, de hecho, me confirmaron lo que ya me habían comentado: mezclaban de todo para sonar a ellos mismos. Percusionaban, mezclaban instrumentos y sonidos para hacer algo que no sabría decir qué es. Sí puedo decir que al público le encantó, arrancando hasta un bis, cosa que no pasó con todas las actuaciones.

Y para acabar, a las 23 h., los Buritaca. Una banda que hace música latina (cumbia, salsa) cuando cantan ellas, para pasar a propuestas más tribal-africanas cuando canta él. Dijeron que llevan 1 año. Pues por el oficio que tienen diría que llevan una década. Buenos  músicos, y las dos cantantes una gran capacidad para animar, buscando coros y respuestas del público, que al final encontraron. La combinación de estilos de Buritaca es bastante reconocible, pero su provocación al personal para el movimiento y la diversión, los hicieron acreedores de una respuesta entusiasta.

Con esto me fui a dormir, ya que el lunes volvía a mi oficina. Un auténtico maratón de grupos y de música. Me quedé con la pena de no poder dedicar más tiempo a cada grupo, pero resulta difícil ver a 20 grupos nuevos en 3 días, y decir algo sobre ellos.

En todo caso, el Buskers ha sido una fantástica sorpresa. Un ambiente realmente muy divertido, agradable, acogedor. Para mí ya es una cita imprescindible en Barcelona, al menos mientras no me vaya de vacaciones fuera de la ciudad. Adelante.

Texto: Albert Gasch

Fotos: Sergi Moro

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